sábado, 1 de febrero de 2014

LA SOJA NOS DECLARÓ LA GUERRA

Hace unos años, (un poco después de la 125) publiqué este texto, que en un tono algo alucinado relata el ascenso de la soja como adicción, como problema en el imaginario y la realidad de la sociedad argentina. Describí el fenómeno como sojanismo, y para que no queden dudas, hace referencia a la soja como credo, pero también, como una práctica absolutamente individual: el onanismo. .

Lo releí, y aquí va; como anticipo de algo que estoy escribiendo ahora mismo sobre el tema. 

(tema que nunca dejó de tener actualidad, sólo que nos hicimos los tontos por un tiempo. Ahora sí, creo, no tenemos más remedio que afrontarlo. Y lo vamos a hacer.)

Acá va.

Sojanismo

“Derramarás mi semilla por la tierra y sólo tú recogerás el fruto” (Monsanto, 19:96)

Los 90 nacieron con la realización de un sueño de toda la vida bajo el brazo:

Se había alcanzado el empate con el dólar

A pesar de que algunas voces sostenían que el empate se había conseguido sobornando al referee, la convicción de que había sido merecido fue instalándose en la parte visible de nuestras zonas urbanas, hasta que esta certeza lo ocupó todo y condujo a una suerte de clímax colectivo.

Se desencadenó entonces una ola de hedonismo que se extendió por las ciudades argentinas; la búsqueda del placer individual se convirtió en una tarea casi exclusiva de una parte importante de la sociedad urbana; desear y tener eran hechos casi simultáneos; todos los placeres eran alcanzados, todos los excesos, aplaudidos.

Algunos pensadores constataron sin embargo un hecho preocupante: el derrame extático no había alcanzado a la Argentina rural. Al fin y al cabo, el campo argentino hace a la índole de nuestra identidad y merece como nosotros alcanzar el goce del individualismo absoluto. Estudiosos de diferentes disciplinas pusieron entonces manos a la obra.

La búsqueda de ese Punto G de nuestra Arcadia se convirtió en una obsesión para uno de ellos. Pasaba largos períodos de tiempo releyendo una y otra vez Las Sagradas Escrituras de la Propiedad Intelectual, labor ardua para la cual se había preparado toda la vida. Un día, ya superada la mitad de la década feliz, ocupado con un extenso párrafo que versaba sobre los enormes beneficios que acarreaba la uniformización de la vida sobre la Tierra, subrayó la cita con la que se abre esta crónica, y con alborozo concluyó que había encontrado ese Punto G. Por fin, la parte visible de la Argentina profunda podría vivir en un éxtasis individual pleno equiparable al de nuestras zonas urbanas visibles, y difundió su descubrimiento entre quienes desde sus campos empobrecidos sólo habían sido espectadores hasta ese entonces de lo que significaba disfrutar uno solo.

Había nacido el sojanismo.

En esos primeros tiempos, el sojanismo fue ignorado por una sociedad urbana entregada por completo a la realización de cada una de sus fantasías, y los pocos que sabían de su existencia, lo veían como una excentricidad productiva y por tanto dable de ser despreciada. El 1 a 1 todavía no había sido desempatado, y mientras se descorchaba champagne defendían el empate con uñas y dientes; no había otra cosa en qué pensar. Desconocían del sojanismo su aspecto profundamente individualista y narcisista, continuador y multiplicador en esencia de las prácticas hedonistas de los 90.

Pero, contra todo pronóstico, en el 2001 la Historia se empacó y decidió que su Fin no había llegado, y esta obstinación trajo consigo la peor de las pesadillas: el desempate. Del éxtasis individual se pasó sin transición a actos de flagelación colectiva inéditos en la Argentina, una parte importante de la sociedad urbana concluyó que los 90 habían sido una alucinación, e intenta lo que poco antes era impensable: ver al Otro y reconocerse en él. Cierto es que no aportaba tantas sensaciones positivas individuales, pero como sucedáneo de lo que se había soñado y realizado individualmente durante la década feliz no estaba mal; al fin y al cabo, ese Otro seguramente había sido compañero en alguna fiesta o viaje a Miami.

Pasa el tiempo. El Yo comienza a recuperar parte del terreno perdido, el Otro comienza a aburrir un poco.

En el 2003 el sojanismo deja de ser un vicio secreto de la Argentina profunda y comienza a hacerse público como alternativa aceptable para la búsqueda del placer individual. Incluso desde el poder se lo percibe como una práctica que merece ser apoyada por sus aparentes beneficios para la salud y bienestar de la Nación en general. Algunas voces discrepan: un seminario sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad dictado por la Dra. Alicia Massarini, cuyas conclusiones podían obtenerse en la web del Instituto Arendt advertía ya en ese entonces sobre los peligros del sojanismo como práctica generalizada: el placer inmediato que proporcionaba podía conducir a sufrimientos posteriores extensibles a toda la sociedad, incluso y sobre todo a aquella parte que no hubiera sucumbido aún a la tentación sojanista. Podía inferirse de dichas conclusiones la máxima:

“Pan (bajo en colesterol) para hoy, hambre (y enfermedades, y pobreza) para mañana”.

Pasado un tiempo, los gobernantes llegan a la misma conclusión y deciden que el sojanismo no es el camino, pergeñando medios para poner coto a su difusión. Pero cometen el mismo error que todos los gobernantes del mundo civilizado cuando intentan enfrentar a otra adicción masiva como es la del tabaquismo: eligen una metodología de gravamen impositivo para limitar el consumo o en este caso la práctica, en lugar de la lisa y llana prohibición. Difícil es decir hoy si hubieran podido decidir otra cosa, dado que ingresos fiscales importantes también estaban en juego; pocos son los adictos que logran salir de su adicción de un día para el otro.

En cualquier caso, puede asegurarse que, cualquiera que hubiese sido el método elegido, ya era tarde. Usando la mano invisible del mercado para su práctica, el sojanismo permite alcanzar cotas de placer nunca alcanzadas hasta entonces. El dolor ante la posible pérdida o limitación de dicha práctica genera en los sojanistas actitudes mucho más violentas que la prohibición de fumar en los restaurantes, traduciéndose éstas en estallidos de cólera colectiva por parte de los más conspicuos de entre aquellos. Haciendo uso material de la iconografía fundacional del sojanismo -enormes tractores, enormes cosechadoras controladas por GPS, y sobre todo enormes y relucientes 4x4- paralizaron al país entero en un frenesí desesperado ante la hipótesis de una rebaja en el placer obtenido con sus prácticas sojanistas.

Ante tanta desesperación, políticos de la oposición se sumaron cortando carreteras y autocalificándose como “los únicos que siempre apoyaron el sojanismo”. Grupúsculos de extrema izquierda coreaban el slogan “Sojanismo y liberación”.

El sojanismo subió entonces un peldaño en el imaginario nacional: ya no sólo había practicantes; ahora había creyentes.

En ese estado de cosas, los portavoces de los que más intensamente practican el sojanismo, y los más señalados de entre los defensores del nuevo credo, diseñaron lo que se dio a conocer como “La Vía Porteña al Sojanismo”.

Recuerdo aquel día perfectamente. Los que estábamos (y estamos) del otro lado del zoológico vimos con preocupación cómo decenas de miles de creyentes, residentes en los barrios aledaños al Monumento a los Españoles –en los cuales viven según el último Censo más de medio millón de almas- se desplazaban a pie desde sus pisos, semipisos y mansiones y se mezclaban con los practicantes sojanistas venidos del interior del país. Se me ocurre que percibían en la amenaza al sojanismo un reflejo de lo que fue su dramático despertar del éxtasis de los 90; los atravesaba el miedo a perder lo que en realidad nunca habían perdido.

Adhirieron fanáticamente al sojanismo.

Un comentarista de la TV presente en el acontecimiento, cansado de repetir una y otra vez “multitudes sojanistas”, rebuscó entre sus conocimientos de latín y dio con el vocablo adecuado para describir lo que veía: gente (gens). La gente era la que ocupaba masivamente el espacio transzoológico, y como la gente son las propiedades, acontecimientos y personas que se hallan de aquel lado. Aunque desde éste, a veces nos referimos a ellos de otra manera.

Sin embargo, lo que hace inolvidable aquel día es mucho más inquietante: de todos los discursos, tanto de los pronunciados por sojanistas practicantes, como de los de los creyentes, podía extraerse el mismo mensaje: Sojanismo o Muerte. Un escalofrío: los que hemos vivido lo suficiente sabemos que en la Argentina estas cosas no se dicen porque sí.

Y perdimos.

La situación actual es la siguiente: los que practican el sojanismo en forma intensiva exigen ahora que no sólo se les permita seguir ejercitando su adicción sin interferencia ni gravamen alguno, sino que además todos adhieran a sus prácticas. Y los que no, que se vayan. O que se callen. O que se mueran.

Mi conclusión, cuando reviso la historia de nuestro país, es que el sojanismo siempre existió. Había un sojanismo avant la lettre en el acto de tirar manteca al techo (aunque en ese entonces sólo estuviera elaborada con grasas animales); era sojanismo la súbita fe católica del 55, fue sojanismo el exterminio de los pueblos originarios y apropiación de sus tierras, y es consecuencia de ese bucle sojanista el éxodo continuo que alimenta nuestras villas.

No vimos el Fin de la Historia. ¿Podremos ver el Fin del Sojanismo?

RH

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